Sanación Sicológica
en la Tradición Mística Católica Romana

El Padre Nuestro

De una carta a Proba de San Agustín, obispo

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Sobre el Padre Nuestro

Las palabras nos instruyen y nos permiten entender lo que debemos desear y pedir nosotros. Y no como si con ellas fuésemos a convencer nosotros al Señor para obtener lo que pedimos.

Cuando decimos: santificado sea tu nombre nos incitamos nosotros mismos a desear que su Nombre, que es siempre santo, también sea tenido por santo por los hombres. Esto es, que no sea menospreciado, lo cual no va en provecho de Dios, sino principalmente en provecho de los hombres.

Y cuando decimos: venga tu Reino, Reino que, querámoslo o no nosotros, vendrá ciertamente, avivamos nuestro deseo de que venga a nosotros y que nosotros merezcamos reinar en él.

Cuando decimos: Hágase tu voluntad como en el cielo así también en la tierra, le pedimos para nosotros no otra cosa que la obediencia, para que nosotros cumplamos su voluntad de la misma manera que la cumplen los Ángeles en los cielos.

Cuando decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día entendemos que hoy significa el tiempo presente [esta vida nuestra, nuestra historia], para el cual pedimos nos conceda todo lo necesario, denominándolo con la palabra ‘pan’ como la parte más noble e importante de todo lo que necesitamos [para alimentar nuestra existencia de hijos]. O también decimos ‘pan’ para referirnos al Sacramento de los fieles, que necesitamos en el tiempo pero no solamente para el mero bienestar temporal sino para la felicidad eterna.

Cuando decimos: perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden nos movemos a recapacitar tanto sobre lo que pedimos como sobre lo que en realidad practicamos, para que se nos conceda recibir lo que pedimos [y practicar lo que corresponde].

Cuando decimos: No nos dejes entrar en la tentación: nos damos ánimo para pedir esto, no sea que si cesase su auxilio, o bien engañados consintiéramos en alguna tentación o bien sucumbiéramos a alguna debilitados por la aflicción.

Cuando decimos: líbranos del Malo renovamos la advertencia en que no estamos aún seguros en la posesión del bien, para que dejemos de temer que nos sobrevenga el mal. Y esta última petición de la oración del Señor abarca tanto, que el cristiano sea cual fuere la tribulación a la que esté sometido, gime con esa fórmula, con ella derrama su llanto, de ella parte, en ella se detiene y con ella culmina su oración.

—San Agustín, obispo
Oficio de Lecturas, martes de la
semana veintinueve en tiempo ordinario

 


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Traducido por Anne P.

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